Los integrantes de cúpula política, militar y eclesiástica de la sociedad se aman y se odian, se cuidan y se envenenan, se alían y se traicionan, conspirando para conseguir sus fines sin preocuparse demasiado de las consecuencias de sus actos. Actos que, de una forma u otra, acaban determinando el futuro de Occidente.
Parece Roma, ¿verdad? Pues, como sabréis por el título de esta entrada, se trata de la coproducción irlandesa-canadiense Los Tudor. Y al igual que Roma, la serie coloca al espectador en los palacios y salones de los poderosos de la época (en este caso, la Inglaterra preimperial de Enrique VIII), ayudando a entender las decisiones tomadas por éstos y los motivos que las originaban: el poder absoluto y la fascinación de los hombres por el mismo --no es difícil aquí hacer la analogía entre Julio César y Enrique VIII-- y el amor y la lujuria --cambiando la enigmática figura de Cleopatra por la sugerente y maliciosa mirada de Ana Bolena.
Pero no todo son parecidos. El peso de la religión --como corresponde a la época-- es mucho mayor en los Tudor, con una Europa dividida entre católicos y protestantes, e Inglaterra a punto de seguir su propio camino alejada de la inferencia terrenal del Papa. También juega un mayor protagonismo la política internacional, la diplomacia y la lucha de poder entre los diferentes estados europeos.
La serie está muy bien hecha. Mención especial merece el cuidadísimo vestuario y la decoración (no tanto los cantosos planos panorámicos de palacios y castillos generados por ordenador), el realismo y fuerza de los personajes (que grande, Cardenal Wolsey) y la interpretación de los actores (impresionante Maria Doyle Kennedy como Catalina de Aragón, con un más que pasable castellano).
Aunque los guionistas se tomaron algunas licencias históricas --no me imagino a Carlos V viajando a Inglaterra a pactar con Enrique VIII-- la serie es bastante fiel a la realidad. El único pero es el fuerte componente culebronesco: culebrón histórico, trabajado y estéticamente atractivo...pero culebrón. Tampoco hay demasiadas escenas de exteriores, aunque --y volvemos a Roma-- casi que mejor así, a ver si no se dispara el coste de producción y podemos tener varias temporadas de esta magnífica serie.
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