
Vercingetorix es un carismático príncipe guerrero, que al pasar el rito de madurez junto con Ainvar se ve vinculado a él para siempre.
Juntos, tienen que proteger a la Galia de la amenaza que le acecha: el inteligente, implacable y cruel Cayo Julio César, que pretende someter a la Galia libre al poderío de Roma. Las rivalidades trivales son sus aliadas, y sólo la unidad de los galos frente al enemigo común parece poder pararle.
Aunque lo aparente, Druida no es sólo un libro de historia--mejor leer La Guerra de las Galias, más parcial pero mucho más interesante--ni tampoco de fantasía. Es la recreación de una forma de vida, arcaica y primitiva a nuestros ojos, pero armoniosa y sostenible. A veces parece más una poética obra de filosofía oriental que un relato de ficción:
"...se levantó un viento y los árboles se convirtieron en sus instrumentos. Los tocaba con un volumen ondulante, con profundos murmullos, con un gran movimiento que vibraba entre ellos y se alejaba suspirando. Cada árbol tenía una voz. Los robles crujían, las hayas gemían, los pinos tarareaban, los alisos susurraban, los álamos parloteaban..."La esencia del libro es la cultura e ideología de los druidas y los galos en general, en un marco histórico de enfrentamiento entre dos filosofías totalmente opuestas: lo natural frente a lo artificial, la anarquía frente a la disciplina, la libertad frente a la esclavitud.
Una pena que una mala edición--o un exceso de cariño de la autora por sus palabras y sus personajes--que mezcla las tragedias personales de Ainvar con las de su tierra diluya la esencia de la obra. Se podían haber eliminado 100 páginas, y Druida sería un mejor libro como consecuencia.
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